lunes, 1 de noviembre de 2010

Adiós maestro, adiós José Manuel

Me vine de Barquisimeto a principios de la década de los setenta. Muy joven. Inmediatamente me sucedió lo que siempre le pasa a quien desde afuera comienza a recordar su casa y se le disparan las añoranzas. La música fue una de las primeras cosas que añoré con mucha fuerza después, claro, de la compañía familiar: mis padres, mis hermanos, mis tíos, primos y amigos y todos los que habían influido en la formación de mi persona.

Pensar en ellos era pensar en la música y viceversa. Mi música, nuestra música de entonces, me llegó con ellos y a través de ellos. Nuestra música fue una música de disfrute colectivo y comunitario, de intercambio, de cooperación, de alegría compartida, de goce espiritual en común… Mi música la construimos por y para el colectivo y así es muy difícil que se olvide, que se salga de los intersticios más hondos del alma, de la mente, del corazón. Mi música, nuestra música, no sólo es música, también es fe y tradición; es amor compartido y es entrega, por eso, devoción, música y amor familiar son una sola cosa para mí. Mi música es el tamumangue y los cantos devocionales de velorio.

Del tamunangue ya he escrito otras veces, hoy la nostalgia me exige pensar en los cantos de velorio, y más que de los cantos, de los cantadores y más que de los cantadores, de los maestros de canto, mis maestros, y más que de los maestros, de un maestro en particular... Hoy quiero recordar al maestro José Manuel Torrealba.

Mi primer maestro fue mi padre y los amigos de mi padre. Los patios de la casa, el calvario de la comunidad y la casa de san Antonio era el lugar de reunión. Manuel María Alvarado (mi padrino) el maestro rezandero, llevaba la voz de la ofrenda, luego los maestros de cantauría llevaban el canto: “Avemaría purísima…”, así iniciaba el velorio aquel ritual que por mi corta edad no podía apreciar en su verdadero significado, pero que se me iba penetrando por los poros de la piel para toda la vida.

Juan Catarí y sus hijos: Mario y Oscar, El maestro Hipólito (Polo), Pilar Guedez, Caño León, José Isidro, Trino Rivas, Erenio y José Manuel Torrealba, entre otros. Los fui conociendo uno a uno en la medida que me hacía más adulto. Las promesas, los velorios a la cruz, los rosarios… ellos son parte de mi memoria del Barquisimeto de hace varias décadas atrás. Es el Barquisimeto que recuerdo, el Barquisimeto de mis nostalgias...

Adulto ya, me atreví a cantar con algunos, no tanto como hubiera querido, pues marcharme de allí me alejó de los velorios, sin embargo pude comprender en ese compartir, la sabiduría, la sencillez, la seriedad que en cada uno de ellos se encerraba…

Un maestro es depositario de tantos años de rituales, oraciones y cultura heredada, es el administrador de la fe devocional de sus iguales que son quienes le asignan la autoridad que sabe administrar prudentemente. Un maestro es un jefe espiritual, un sacerdote popular, un oficiante de las creencias del barrio.

Así fue hasta hoy el Maestro José Manuel Torrealba, hombre simpático, jovial y profundo en sus convicciones. Ayer salió temprano a cumplir el compromiso de siempre y no pudo llegar. “Lo mandaron a llamar” dirán sus compañeros de canto. “Se fue a `veloriar` a otro lado”, “hoy le tocó a él”…
Llevo varios años conociéndolo, no me lo imaginaba en otro que hacer que no fuera los velorios de santos, ni otro lugar que no sea la esquina principal del corro de cantadores, el privilegiado lugar de los maestros con su cinco. Buenavista se llama el sitio donde nació y creció José Manuel; La Esperanza y El Placer, los nombres de dos haciendas y comunidades cercanas a su comunidad, nombres premonitorios del destino que marcó su vida modesta, pero rica en satisfacciones. La admiración de quienes le conocimos, el aprecio y el respeto de todos quienes compartimos con él sus creencias y disfrutamos su sabiduría. Esa fue su riqueza. Su placer, su Esperanza.

Lo conocí en El Barrio El Garabatal, comunidad pegadita al aeropuerto de Barquisimeto, refugio de los Curarigueños de finales del siglo XIX(al igual que el vecino Titicare, de donde soy) Allí en Garabatal y Titicare llegaron mis padres y tíos cuando apenas eran unos adolescentes. Allí en Garabatal y Titicare ellos sembraron la cultura curarigüeña que hoy sus descendientes cosechamos. Allí conocí a José Manuel junto a José Isidro, Pablo Pérez, Trino Rivas y Guido Castillo. Estos dos últimos los únicos sobrevivientes de ese magnifico grupo de cantadores que conocí entonces. Ellos han sido los responsables por mucho tiempo de mantener la cultura del campesino larense.

José Manuel es un nombre muy conocido en el medio. Es una de las columnas de la religiosidad popular de Barquisimeto y otros lugares de Lara. Es la figura que da prestigio y solemnidad a una celebración. Con el conocí la variedad de tonos que el cantaba: Recitados, Reflejos, Tórtola, Sencillo, Rondiamante y otros más. Con el aprendí también los versos y otros cantos del rosario.

Cuando José Manuel rezaba uno lo veía transportarse a otro estadio, se conectaba realmente con la fe. Así siempre fue. Lo hizo por devoción, porque lo que el hacía no era arte, era cultura; no era teatro, era fe. Con esa convicción lo hizo hasta en aquellos momentos en que los jóvenes cantábamos tímidamente, porque nos daba rubor ser intérpretes de aquellos cantos considerados de anticuados, no cónsonos con la dinámica urbana, no propios de jóvenes pues la moda era la guitarra eléctrica y la batería estridente. Gracias a él y otros tanto de su generación, se mantuvieron los cantos que hoy conocemos.

Poseía una voz llena de ricos matices y un timbre único. Vino varias veces a Caracas, él fue uno de los varios amigos y familiares que me ayudaron a recrear el ambiente musical hogareño que dejé en Lara hace tiempo atrás. Fue el quien trajo, a comienzos de los años noventa el canto del Ave María Larense, acompañado en ese entonces por Mario Catarí y mi hermano Domingo. José Manuel también era tamunanguero y cantador de golpes, pero era el canto de velorio lo que más lo definía. Hoy se marchó.

Tempranito me llegó la noticia y esto me llenó de un sentimiento de nostalgia. También en este año y el anterior me he estado enterando del adiós de otros músicos y paisanos larenses, él sencillamente se une a la lista de esas despedidas que me causan la honda impresión de que, con ellos, se está despidiendo el Barquisimeto de ayer, el Barquisimeto que vivo añorando desde que me vine y está quedando en su lugar otra ciudad habitada gente que hace una historia más reciente. Nos toca a quienes quedamos, decir adiós y asumir nuestro presente, pero el camino esta hecho sólo nos queda transitarlo. Así lo haremos, viejo…. Bendícenos y ora por nosotros donde estés.
Adios, Maestro, adiós José Manuel.

José Esteban Pérez. Caracas, 31/10/2010

Alfredo Leal

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1 comentarios:

  1. Gran vecino,gran maestro, gran amigo, siempre te llevare en mi corazon......... Jeanneth Murcia

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