jueves, 12 de junio de 2014

Tamunangue ¿Patrimonio Cultural de la Nación?

Hoy comienzan los velorios de San Antonio que darán paso a la celebración más representativa de del estado Lara: el Tamunangue. La fecha fue ocasión para la declaración de esta manifestación como Patrimonio Cultural de la Nación, pero ¿Qué es esto? ¿Cuáles son sus implicaciones? 

¿De qué va la declaratoria del Tamunangue como Patrimonio Cultural? 

Según la Ley promulgada de Protección y Defensa del Patrimonio Cultural de 1993 y la Ley de Cultura de 2013 la declaratoria de Patrimonio cultural atiende fundamentalmente a la “defensa” del Patrimonio Cultural de la República. Entendiendo como “defensa” la investigación, rescate, preservación, conservación, restauración, revitalización, revalorización, mantenimiento, incremento, exhibición, custodia, vigilancia, identificación y protección de dicho patrimonio. Se trata de una especia de marco de protección estatal de un bien material o inmaterial, pues no solo los bienes muebles e inmuebles son susceptibles de ser declarados Patrimonio Cultural, también el patrimonio vivo del país, las costumbres, tradiciones culturales, vivencias, manifestaciones musicales, el folklore, la lengua, ritos y creencias los son. Este marco de protección especial responde al interés del Estado de fortalecer la Identidad Nacional, proteger el Acervo Cultural y promover las Artes y la Cultura. 

¿Qué cambia la declaratoria? 

La declaratoria es obligación prioritaria para el Estado y la ciudadanía. Las leyes establecen la corresponsabilidad entre Estado y Sociedad para la identificación, preservación, rehabilitación, salvaguarda y consolidación del patrimonio cultural de la República Bolivariana de Venezuela. En la Práctica los efectos son pocos, pues ni la ley de cultura ni la ley de Patrimonio Cultural establecen los mecanismos concretos con los que se llevarán a cabo los procesos de defensa, protección, etc. Así que no se traducirá en más y mejores presupuestos o nuevos centros de investigación, o presencia en medios de comunicación o en escuelas públicas del país. Quizá sí tenga un impacto relativo en la presencia de la manifestación en los centros culturales públicos y privados que generen a su vez interés en elaborar materiales audiovisual para la difusión. Más allá de eso es poco lo que podemos esperar realmente de esta declaratoria. Siendo honestos, los gobiernos venezolanos no se han sentido especialmente obligado por la ley a cumplir sus compromisos, muchos menos en lo tocante a la promoción de manifestaciones culturales.

¿Es pura propaganda la declaratoria? 

No. Los asuntos culturales no solo se tratan de “cosas” también se trata de nuestra relación con ellas. Una declaratoria también hace la función de distinción honorífica. Muchas de las personas vinculadas a la manifestación la han cultivado por amor propio, por convicción, la declaratoria es una obligación de reconocer al menos simbólicamente lo que en la práctica es el trabajo minucioso, sistemático y callado de muchos venezolanos. Es por tanto la afirmación de que lo que somos como país lo vamos labrando en los detalles. No están demás. 

Ahora bien ¿De qué hay que “defender” al Tamunangue? 

Bueno, la cosa es compleja. Vivimos en un país dirigido por un gobierno con muchas “seguridades”, poseedor de demasiadas “verdades”. Hace años creíamos en identidades sólidas, bien definidas por nuestras fronteras nacionales y veíamos en cada vecino, en cada propaganda, en cada libro extranjero, en cada disco, un potencial agresor de nuestra “identidad”. Creíamos que podíamos ser influenciados –con o sin intención- al extremo de desvincularnos de lo más constitutivo de nuestra identidad para abrazar otros estilos de vida. Se trata de una postura que no reconoce la complejidad de ser persona, pero tampoco las condiciones de la vida moderna y sus interconexiones. Esta visión prevalece, en nuestras leyes y en nuestra -pasada de moda- concepción de cultura, pero hay que decir que no somos los únicos.

Pero ciertamente hay tradiciones extintas ¿No necesitan ser defendidas para que no mueran? 

Las tradiciones, manifestaciones, etc. son concreciones de nuestra particular manera de entender y relacionarnos con el mundo. Hay manifestaciones y tradiciones que no son capaces de ser resignificadas o que estaban amparadas en un estilo de vida que ya no existe. Las tradiciones se mantienen, cambian y mueren, todo a la vez. No se puede defender una manifestación si no hay una comunidad, un estilo de vida, una visión, que pueda posibilitarla. Pareciera que tras el deseo de “defender” se tratara de “congelar”, de “atrapar en el tiempo” una “experiencia ideal”, algo así como el estado más puro de una tradición, sin caer en cuenta que no existe una cosa tal. Solo por poner un ejemplo. La vestimenta del Tamunangue se consolidó hace bastante poco. También el orden de los sones y la aparición de conjuntos tamunangueros (grupos artísticos de proyección). Es un sinsentido pensar que el Tamunangue nació tal y como lo conocemos hace 400 años. Ahora mismo existe un quiebre generacional en cuanto al modo de llamarlo. Los más “viejos”, acostumbraron de niños llamar al Tamunangue “Sones de negros”. Incluso era no poco frecuente la expresión “vamos pa’ los negros” u otra similar. Las generaciones más nuevas conocieron la manifestación como Tamunangue. Solo después de una aproximación más cuidadosa a la manifestación se conocía la expresión “Sones de negros”. Si defender es congelar, atrapar en una fotografía, hacer rígida una manifestación al definirle sus detalles más mínimos, es entonces también, aniquilar las referencias vitales que con el paso del tiempo comunidad y manifestación se dan entre sí para que siga existiendo esa expresión del ser de un pueblo. 

¿Es lo que sucede en el caso del Tamunangue?

No es un absoluto, ni se da en un instante. Tampoco depende de una persona o grupo élite. Estamos en una etapa –al menos eso creo- de cambio, de apertura de flexibilización de la manifestación. Hay tendencias que apuestan a un falso tradicionalismo purista, pero también hay quienes defienden una relación más espontánea que incorpore sin complejos nuevos elementos propios de nuestro actual estilo de vida. No se trata de una competencia con ganadores y perdedores, se trata de un proceso de ajuste gradual. Será en último término la comunidad tamunanguera la que vea con buenos ojos la incorporación o desincorporación de sentido que sufre la manifestación. De la misma manera que se redondean las piedras del río se va consolidando la manifestación hasta que por necesidad comienza a generar un nuevo proceso de cambio. 

 ¿Habrá entonces Tamunangue para rato?

Con el favor de Dios y San Antonio, sumado a una razonable actuación estatal en la definición de políticas culturales que recojan la complejidad de lo que somos en este mundo que nos ha tocado vivir.

 

Copyright @ 2013 Cultura Prima.