Afortunadamente el lenguaje es de los pocos sistemas de actualización continua y automática. No hay que hacer nada para que se actualice y refleje de manera más fehaciente la cultura de la cual procede. Por supuesto, que la velocidad con la que cambia el lenguaje nos causa temor en alguna medida, pues los asideros móviles nunca son asideros en sentido estricto y eso de no saber a qué hacen referencia ciertas palabras es desconcertante.
En lo particular, celebro que hayan entrado en desuso (o que estén entrando en desuso) palabras como 'actos o actividades culturales' para denotar, o un concierto de alguna agrupación musical; alguna puesta en escena de una compañía de danza; una obra de teatro o alguna manifestación tradicional venezolana o latinoamericana. Y digo celebro porque el hecho de que ya no se use ese término refleja una actualización del lenguaje por causa de un cambio en la forma de relacionarnos con las artes y la cultura, en este caso.
En la actualidad tenemos una mayor conciencia de que a cada cosa hay que llamarle por su nombre. Si hay una muestra de alguna manifestación tradicional venezolana, pues habrá que llamarla como tal. Si es teatro, pues teatro, si es concierto, concierto y así sucesivamente. El tema no es superfluo; nombrar una realidad es en buena medida otorgarle su propia existencia, reconocer que ocupa un lugar y un espacio en el mundo, que interactua de una forma determinada con el resto de las cosas que le circundan. Una silla no es un sillón, un bolígrafo no es un lápiz, un closet no es un escaparate y así. Cada nombre determina lo que cada cosa es.
Que estemos dejando atrás la categoría de 'acto cultural' para referirnos a una gama amplísima de expresiones artísticas y culturales quiere denotar que ya el contenido de esa categoría comienza a tener forma y medida para las personas que están vinculadas a esta realidad. Es decir, que la percepción que de las artes y la cultura se tiene va haciéndose cada vez más precisa. Es entonces cuando comienzan a aparecer las compañías de danza y teatro, las bandas, los conjuntos; es cuando comienzan a aparecer nombres y apellidos, personas concretas que representan y reflejan nuestra forma de vida. Si cada vez que Simón Díaz se montara en un escenario, se le presentara como parte de un 'acto o actividad cultural' sin más, apenas pudiésemos hoy, después de tantos años, reconocer su nombre; menos aún su importancia para la cultura venezolana.
Esperemos nos correr con la suerte de las familias caraqueñas de principios del siglo pasado y podamos nosotros reconocer -o a lo menos sospechar- que a través del lenguaje podemos acceder a un mundo que está en constante cambio.
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