Poema de Chemaría Giménez al Tamunangue
Sobre la luz de la aurora se oye la voz de un tambor
que repercute en el alma de la gente de color.
Es el negro San Antonino, el cordero del Señor,
el hermano de los pobres, el dulce y santo varón,
que reparte con sus panes pedazos de corazón
y los días trece de junio se pone madrugador
despertando la parranda que cunde por la región.
Pues San Antonio de Padua, que es niñero del Señor,
ha bajado de los cielos con la licencia de Dios,
para presidir la fiesta que su pueblo le guardó.
Quiere jugar la batalla con el mejor jugador,
quiere bailar los calambres, la bella y el galerón
con una negra del campo olorosa a cundeamor;
las mejillas coloradas, la boca como una flor,
los ojos de noche oscura y el pelo de chicharrón.
La varita le florece muy cerca del corazón
y se hace un gajo de luz sobre su sayal marrón
embalsamando el ambiente con su penetrante olor.
Las muchachas se ataviaron con pueblerino esplendor
y bajan de las colinas que rodean la población
para pagar la promesa que le deben al patrón.
Y los hombres se pusieron su liquiliqui mejor,
brillante como la espuma, blanco como el algodón;
alpargatas nuevecitas, vistoso sombrero alón
y rodeándoles las nucas pañuelos multicolor.
Ya empezaron los tambores a anunciar la procesión,
ya los garrotes principian a cortar la luz del sol
y se oye de los cantores la típica entonación.
Y así nace el tamunangue, entre profano y santón
como la auténtica estampa de esta hermosa tradición
mientras el pueblo desgrana pedazos de corazón.
* Texto extraído del CD 'Cantos de la Misa Tocuyana' elaborado por: Escuela de cuatro cambur pintón, Producciones Reinaldo Castañeda, Serviagro, Sonido OK, Familia Pargas Silva y la Agrupación musical Expresión Morandina.
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