lunes, 12 de julio de 2010

El legado de José Pedro y Natividad


La muerte de José Pedro López y Natividad Alvarado, el fundador de los Golperos del Tocuyo y el fundador del Grupo Folclórico Araguaney, respectivamente; me ha dejado una cierta tristeza, ya que hay en el mundo personajes irreemplazables. Son personas que por su trayectoria, sus criterios y su carisma dejan un vacío que difícilmente se puede llenar.


A Natividad no le conocí personalmente, pero ha dejado su huella institucionalizada en una escuela que es también un grupo folclórico de golpe y tamunangue. Con José Pedro la cosa es distinta, compartí muy buenas conversaciones debajo del nim del patio de su casa allá en el Tocuyo. La vida, que funciona de manera extraña, le regaló unos largos años para la acción y el emprendimiento vinculado al golpe y al tamunangue, pero le reservó para el final unos años de inacción como insinuándole una necesaria reflexión de lo que había vivido en otrora. La enfermedad también deja ver su lado menos feo.


Lo recuerdo con un fino sentido del humor, me causaba gran admiración y me transmitía la autoridad de la vida bien vivida. Se mostraba muy confiado en sí mismo y en buena medida, satisfecho. Callaba oportunamente, escuchaba; dejaba fluir las ideas para retomarlas en el momento más adecuado. Se expresaba claramente y sin dudar. Se sabía un maestro y como tal se comportaba. Era fundamentalmente un hombre sabio y humilde.

De una de nuestras conversaciones recuerdo algunas ideas que traté de incorporar a mi vida: La devoción, el rito, la música y el aprendizaje (la tradición) forman parte de un todo que va modelando el alma. Es decir, esta tradición que se vive y se comparte como música y danza, como encuentro no sólo debe vivirse como aprendizaje (conocimiento), sino como interiorización (experiencia), como cultivo de lo más íntimo de cada persona. De manera que con el paso del tiempo, esa tradición vaya modelando a quien se acerca a ella con apertura.

Es una cuestión de vinculación más que de acumulación. No se trata tanto de conocer como de experimentar. Allí radica la sabiduría de José Pedro. En ocasiones las discusiones afloran entre los cultores por detalles no claros de la tradición: si la falda, si el tambor, si este o aquél son, si del lado derecho o si el izquierdo, si con vara o con garrote, etc. Pero rara vez surgen las preguntas sobre si la tradición nos va haciendo personas más humanas, más espirituales, con más criterios. Quizá parezca sórdido, pero ¿de qué otra cosa trata una devoción que no sea de la relación personal con el santo y con la comunidad de devotos? ¿De qué trata entonces el pago de una promesa, de qué la oración fiel y simple del promesero?

De la calidad de la devoción ajena no hay quien tenga autoridad para hablar, pero cada quien es responsable del cultivo de su propia devoción y de cómo ésta le va cambiando la vida, si es que así lo desea. El conocimiento de la tradición es importantísimo, pero también la experiencia de la misma. Es lo que aprendí una tarde debajo de un nim en el Tocuyo.

Foto: Orlando Paredes

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Alfredo Leal

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